domingo, 8 de noviembre de 2009

DEL LOBO AL PERRO DE HOY



El perro, surgido de la evolución del lobo en la época glacial, secunda al hombre desde hace 30.000 años en el trabajo y en el ocio, en la paz y en la guerra, en la riqueza y en la penuria. Aún hoy, existen determinadas regiones en el mundo donde se mantienen las condiciones ambientales y psicológicas que produjeron las primeras relaciones de colaboración entre hombre y perro. En el gran Norte inaccesible, en los bosques americanos, en los desiertos de África y Australia, los perros parecen no haber superado por completo el límite entre la libertad absoluta y la convivencia disciplinada.

No ha habido rasgo ancestral del lobo que no le sirviera al perro en su proceso de adaptación. Y, sin duda, debieron producirse mutaciones en el lobo que supusieran un obstáculo para la supervivencia. Sin embargo, algunas de ellas son la base de la constitución de las diferentes razas “fabricadas” por el hombre. Cualquier perro, desde el diminuto yorkshire hasta el gigantesco mastín sigue siendo un lobo en su carga genética y en sus características psicológicas.

El perro ha asumido un significado religioso en algunas de las antiguas civilizaciones. Los egipcios hablaban de la constelación Canis Mayor y, cuando aparecía Sirio, la estrella más luminosa de todas, se producía el desbordamiento del Nilo y, por tanto se anunciaban tiempos fértiles y prósperos; Cynopolis era la ciudad del perro en honor a Anubis, representado con cabeza de chacal.

Y desde Egipto se extendió el culto al perro hacia Grecia. Así, en la mitología griega, la morada de la muerte (Hades) se encontraba resguardada por un perro gigante de tres cabezas, similar a los actuales mastines. Alejandro Magno levantó una ciudad en honor de Peritas, su mejor perro, Jenofonte llamó al perro el invento de los dioses, Sócrates juraba sobre su cabeza.

Es evidente que en la sociedad civilizada el perro continúa ocupando un lugar preferencial. De hecho, en casi una cuarta parte de los hogares hay un perro. El perro aumenta la alegría de su amo, incrementa la estabilidad emocional, inhibe el estrés y fomenta la ilusión al recibir y ofrecer cariño.

Los niños que conviven con perros aprenden a desarrollar un lenguaje sensorial que incrementa su afectividad, al hacerse cargo de satisfacer sus necesidades aumenta su responsabilidad y al sentirse incondicionalmente queridos crece su autoestima. Por otra parte, viven los procesos vitales de su compañero, desde el nacimiento hasta la muerte, viéndose obligados a asumir lo malo igual que disfrutan de los buenos ratos.

El perro también aporta luz a los días del anciano, que apoya en él el peso de su soledad y alegra la vida de los pacientes que padecen patologías de larga evolución, prestando su asistencia incluso en hospitales.

Al principio de su andadura común, el hombre aprendió a servirse de las cualidades naturales del perro. Así, le encomendó las primitivas funciones de cacería, vigilancia y pastoreo. Pero, gracias al desarrollo de la etología, ciencia que estudia el comportamiento animal, durante el último siglo el perro ha pasado a aportar prestaciones de utilidad y trabajo.

Así, a través del adiestramiento, el perro interviene en funciones sociales ayudando a discapacitados, convirtiéndose en los ojos del ciego, en los oídos del sordo, en la terapia del autista... o acomete trabajos policiales, apresando delincuentes y detectando drogas y explosivos o rescata a personas en catástrofes.



Muy por encima de la mera tenencia de un animal de compañía, el perro permite a su dueño mantener y desarrollar una relación hombre-animal mucho más profunda. Los campeonatos de caza, el deporte del Agility o el Fly-Ball, que ofrecen al perro y al guía la posibilidad de realizar un recorrido de obstáculos a toda velocidad o el de SchH y RCI, el verdadero arte del adiestramiento a través de la preparación del perro de rastreo, obediencia y protección, enriquecen enormemente el sistema de comunicación entre ambos y estrechan aún más el vínculo que les une desde tiempos inmemoriales.