domingo, 8 de noviembre de 2009

TERTULIANOS Y MORDIDAS DE PERROS

Por el Dr. Arsenio Menchero

El otro día, mientras conducía, cómo el grupo habitual de tertulianos de un programa de radio sometía a consideración un tema de candente actualidad: las agresiones de perros a seres humanos. Se dijeron cosas sensatas pero también otras absolutamente absurdas.

Es preocupante e inadmisible que un perro muerda a una persona. Pero los perros de ahora no muerden a la gente ni más ni menos que los de antes, aunque desgraciadamente, lo hacen en demasiadas ocasiones. Los cirujanos, de hecho, atendemos mordeduras en la urgencia de los hospitales casi a diario, la mayoría de ellas, por cierto, provocadas por el perro de la familia a uno de sus miembros y en un gran porcentaje de casos a los niños.

Pero entonces, ¿a que se debe la actual alarma social? Es evidente que responde a la difusión mediática.

La alarma social es buena si sirve para promulgar una ley coherente que regule la tenencia de perros, una ley que evite el maltrato y el abandono. En las regiones españolas en que existe afición a la caza de liebres con galgos, aún es posible encontrar alguno ahorcado en una encina, con sólo los pies apoyados en el suelo y lleno de verdugones por azotes, para así prolongar su agonía en la supersticiosa creencia de que servirá de ejemplo a sus compañeros de jauría.

Que se obligue a asegurar a los ejemplares cuya mordida pudiera resultar potencialmente peligrosa (aquellos de más de 25 Kg. de peso) está muy bien. Así se cubre parte de la responsabilidad civil y se aseguran indemnizaciones para los damnificados. Sin embargo, de esta forma, no se previenen los accidentes.

Que se definan razas peligrosas (los llamados perros de presa) sirve para confirmar lo evidente: que un perro muerde más fuerte cuanto más grande es y mejor boca tiene. Pero exigir al propietario de uno de estos ejemplares que pase un test psicológico, me parece una solemne idiotez. Un “doctor honoris-causa”, capaz de obtener un diez en este examen, puede tener un perro potencialmente peligroso en su casa, aún sin siquiera saberlo.

¿Por qué complicamos así las cosas, cuando países como Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, por sólo citar algunos, caminan en este sentido por delante nuestro?.

La prevención de las mordeduras requiere varias medidas.

· La primera de ellas es la necesidad de educar a los propietarios de perros en la responsabilidad que supone poseer uno. Es imprescindible que el dueño de un perro sepa cómo tenerlo y conozca su carácter y sus posibilidades de representar un riesgo en alguna forma. Es necesario que, igual que vela por su salud, lo haga por su educación y por su integración social. Y si no sabe ha de recurrir a un especialista para que le asesore y le tutele.

· Sería aconsejable que los perros que transitan por la ciudad posean una licencia apropiada, del mismo modo que es necesario un permiso para circular con una moto de pequeña cilindrada. Para ello se debe asegurar que el carácter de cada ejemplar –el del dueño se da por supuesto, como el valor en el ejército—sea, sencillamente, normal. La prueba BH, un sencillo test de sociabilidad que cualquiera con un carácter equilibrado y medianamente educado supera sin dificultad, es el modelo de obediencia básica a exigir. En nuestro país, la BH sólo es obligatoria para los perros que se van a someter a escuelas de trabajo, es decir para aquellos que van a ser preparados para un adiestramiento de más alto nivel, encaminado a garantizar la calidad de la cría o a la competición. Si se hiciera extensiva a todos los perros de ciudad se instaría a sus propietarios a recibir una básica formación en adiestramiento.

· Para que los perros que viven en urbanizaciones o en el campo no entrañen riesgo y resulten soportables para el vecindario, han de contar con las adecuadas medidas de seguridad y de aislamiento. Es inadmisible que la sociedad tenga que soportar ladridos intempestivos, calles con excrementos o ataques a través de las vallas de los chalets. La mayoría de los supuestamente perros de guarda no guardan nada y, sin embargo, importunan a todo el que se aventure a dar un tranquilo paseo, al tiempo que fastidian a los vecinos.

Como defiende César Millán, “El Encantador de Perros”, los perros necesitan EJERCICIO, DISCIPLINA y AFECTO, en este orden. El problema es que casi nunca sucede así. En la mayoría de los casos el ejercicio diario que realiza el perro es insuficiente, por lo que el animal acumula una energía que no puede gastar y desarrolla ansiedad, aumentada aún más por un afecto excesivo o inadecuado. Al final se desestabiliza el orden que necesita el animal para sentirse seguro en la escala jerárquica de la “manada” familiar y aparecen las conductas inadecuadas, en ocasiones la agresividad dirigida hacia personas. Todo ello podría evitarse con ayuda de un adiestrador competente.

Volviendo al principio de estas líneas, sintonicé la emisora cuando el debate ya se encontraba avanzado, en un punto en que uno de los tertulianos aseguraba rotundamente, casi a voz en grito, que debería estar absolutamente prohibido que los perros fueran entrenados para el ataque en cualquiera de sus formas.

Llevo 25 años preparando perros para el deporte, así como impartiendo cursos para las fuerzas de seguridad del estado. Estoy completamente en contra de que cualquier indocumentado “rabie” a los perros para que defiendan su jardín. Esto no sólo debería estar prohibido, sino que debería ser penado por la ley, pues puede llegar a ser realmente peligroso. Por contra, asegurar que el perro que entrena en defensa deportiva se convierte en un animal de riesgo, es una total majadería. Quien así opina, debería saber que los Reglamentos deportivos, que solo pueden desarrollarse en centros autorizados bajo la supervisión de especialistas titulados, están basados en la obediencia y, por tanto, en el orden y no en el desparrame. Que este orden encauza los instintos del perro y que un perro bien adiestrado, lejos de ser peligroso, canaliza sus pulsiones depredadoras y de agresión hacia el figurante de campo en vez de descargarlos contra el cartero o contra el primero que pase por delante.

La alarma social es buena en cuanto que conciencia a la población de una necesidad real. Es mala, en cambio, cuando distorsiona la realidad, creando fantasmas.

No se puede pretender alejar del hombre al perro, que le acompaña desde hace 20 millones de años en su andadura histórica. Sí es posible, sin embargo, concienciar a los dueños de perros en la responsabilidad de su educación y de su control. Sólo así el perro podrá ocupar el verdadero lugar que le corresponde en la sociedad.